Hace unos seis años fui a Saint-Barthélemy (San Bartolomé) con mi esposo y mi hija mayor. Quedamos encantados con esta pequeña isla francesa ubicada a unos 35 kilómetros al sudeste de la isla de Sint Maarten (San Martín).
Usualmente conocida como St. Barts (inglés) o Saint Barth (francés), Saint Barthélemy es considerada el St.Tropez del Caribe, con sus bajas edificaciones de tejados rojos que contrastan con suaves arenas blancas, verdes colinas, empinados acantilados rocosos y ensenadas de aguas turquesas.
Año tras año aterriza el jet-set internacional y ¿cómo no? si todo en esta isla volcánica «c’est très chic». Incluso, algunas celebridades la han escogido como su segundo hogar. Tal fue el caso del difunto bailador soviético, Rudolf Nuréyev, quien en la década de los 50 construyó aquí su refugio tropical.
Para otras personalidades de la farándula global, es el destino de verano por excelencia. Entre ellos se encuentran los cantantes Mick Jagger, Paul McCartney, Robbie Williams y John Legend con su esposa, la modelo Chrissy Teigen; los actores Richard Gere, Leonardo DiCaprio, Jared Leto y las modelos Kate Moss y Bella Hadid. De hecho, uno de los que suele celebrar el Año Nuevo en Saint Barth con una gran fiesta en su mansión ubicada en la playa de Gouverneur, es el magnate ruso, Román Abramóvich.
Este paraíso terrenal fue poblado por aventureros franceses hace más de 400 años y es la única isla del Caribe que perteneció a Suecia por un período largo de tiempo. De hecho, Gustavia, su capital y puerto principal, recoge su nombre del Rey Gustavo III de Suecia. A ella, puedes llegar por ferry en tan solo media hora desde Sint Maarten o en escasos 10 minutos en avioneta.
Nosotros tomamos la primera opción, ya que el solo hecho de pensar que por aire nos hubiera tocado realizar el famoso aterrizaje en picada para luego frenar en seco, ¡me daba pavor! Mis nervios no daban para aventurarme a enfrentar su desafiante pista de escasos 650 metros la cual prácticamente desemboca ¡en el mar!
Claro está, la manera más «chic» de llegar a esta glamurosa isla es en tu propia embarcación de lujo, pero bueno, no todos contamos con una, aunque aquí es bastante común ver atracar a una gran cantidad de ellas que frecuentemente se dan cita en sus prestigiosas aguas. Y es que Saint Barth es un imán para los ricos y famosos con sus elegantes hoteles, exquisitos restaurantes con gastronomía de talla mundial, reconocidas tiendas de marca como Bulgari, Louis Vuitton, Chanel, Hermès y Patek Philippe, así como con sus pintorescas boutiques francesas dedicadas a las prendas de resort, como Lolita Jaca, Kiwi-St Barth y Filles Des Îles.
Sin embargo, también es ideal para personas como yo: ni rica, ni famosa, ja,ja,ja. Así que allá estuve, siguiendo los pasos de los más acaudalados del planeta. Y mientras vitrineaba algunos almacenes en Gustavia, me topé con una pequeña galería de arte llamada Space Gallery y oh oh…, apenas entré supe que iba a romper mi «chanchito» de ahorro. Desde la puerta, no pude quitarle la mirada a una pieza que me encantó y pese a que salí con unos cuantos $$$ menos en mi bolsillo, lo importante fue que quedé dichosa con mi nueva adquisición.
Sobre ruedas
Una forma fácil y divertida de recorrer la isla es en un jeep descapotable. Eso sí, les aconsejo conducir con cautela. Los caminos de Saint Barth, además de ser angostos, serpentean cuesta arriba y cuesta abajo. No obstante, el paseo ¡vale la pena!
En nuestro corto trayecto (la isla es de unos 25 kilómetros cuadrados), hicimos varias paradas en algunas de las playas de más renombre como Saint-Jean, desde donde se pueden ver las maniobras que hacen las avionetas para despegar y aterrizar; de Lorient, al norte de la isla, cerca del pueblo que lleva el mismo nombre, uno de los primeros en fundarse; Flamands, a unos cuantos kilómetros al norte de Gustavia, la cual es excelente para el surf; Salines, un poco apartada, de paisaje virgen e increíbles aguas turquesa y Nikki Beach, la más concurrida.
También llegamos hasta el Eden Rock, uno de los hoteles más exclusivos de la isla, con casi 70 años de historia como guarida vacacional del gremio Hollywoodense, incrustado en la cima de un arrecife en la bahía de Saint-Jean, desde donde pudimos apreciar el hermoso atardecer isleño.
Mi refugio
¿Y cuál fue mi refugio de lujo? Le Guanahani. Este hermoso y acogedor resort situado en la ensenada Grand Cul-de-Sac al noreste de Saint Barth, está conformado por unas 70 cabañas entre suites y signature suites de estilo contemporáneo y arquitectura créole inmersas en exuberantes jardines de buganvillas, hibiscos y palmeras.
Uno de los secretos a voces de este hotel cinco estrellas, es que se encuentra en una península formada por dos playas protegidas por unos arrecifes de coral que atesoran las aguas más tranquilas de la isla, donde confieso que pasé la mayor parte del tiempo tirada bajo el sol y mirando al horizonte.
Las actividades acuáticas se las dejé a mi esposo, quien se animó a hacer un poco de kayaking en compañía de mi hija, quien iba de pasajera como una pequeña diosa del mar. Además, gracias a la bondad de su viento y a la poca profundidad de sus aguas, esta parte de la isla también es ideal para practicar el windsurf, kitesurf, y el esnórquel.
Fueron siete días de descanso, sana recreación y conexión con la naturaleza en el sentido estricto de la palabra donde mi única preocupación era que el tiempo no fuera a pasar tan rápido. En este oasis de ensueño del que no quería despedirme, pude recargar baterías, pero también sumergirme en su ambiente isleño con locales amables y de buena vibra. Por eso, no fue un «adiós», a Saint Barth, sino un «hasta pronto» que espero poder cumplir, porque ganas de volver, no me faltan.