Escocia es un país maravilloso, con encantos que flechan para siempre el corazón de quienes lo visitan. Así quedó el mío, flechado por vida. De hecho, luego de conocerlo hace más de 30 años, volví unas cuantas veces más, pero no precisamente por sus whiskies o su legendario lago Ness, como lo hace la gran afluencia de personas que llegan anualmente, sino por muchas otras cosas más.
Confieso que en mi primera visita, sabía muy poco sobre este extraordinario país septentrional de Europa. Tan solo era una adolescente nacida y criada bajo el calor y la humedad del sol tropical del Caribe colombiano, quien se dirigía a un lugar remoto, de vientos gélidos y nubes grises, que acariciaban suavemente sus montañas bañadas por un incesante sereno, donde los hombres utilizaban una falda de tartán.
Incluso, en ese entonces, desconocía que su lengua oficial además del inglés, era el gaélico escocés, con palabras ampliamente utilizadas, como glen (valle angosto) o loch (lago). Tampoco sabía qué significaba «Highlander», (habitante de las Tierras Altas escocesas), título de la exitosa película de los 80s y mucho menos que sus destilerías de whisky contaban con reconocimiento internacional. Solo sabía que Escocia era parte del Reino Unido junto a Gales, Irlanda del Norte e Inglaterra, hogar de la recién fallecida, reina Isabel II.
Edimburgo y sus alrededores
Sin embargo, apenas pisé su capital, Edimburgo, un julio de 1990, supe que había llegado a un lugar especial. Recuerdo claramente su castillo, ubicado sobre Castle Rock, un montículo rocoso en el centro de la ciudad que, como dato curioso, tiene origen volcánico.
La imponente, pero rústica edificación, no solo fue el hogar oficial de la realeza escocesa, sino también una guarnición militar, una prisión y fortaleza, donde se conspiraba, se tramaban las intrigas más oscuras y se desarrollaban diversas tácticas y estrategias político-militares para conseguir la independencia de su principal enemigo: Inglaterra.
Hoy día, el castillo de Edimburgo es el refugio de las joyas de la corona escocesa y la famosa Piedra de Scone o «Piedra del Destino» sobre la que históricamente se coronaban a los reyes escoceses durante la Edad Media. Además, cuenta con museos y diversas atracciones, ideales para el conocimiento y disfrute de sus visitantes.
Un plan imperdible al salir de ahí, es caminar los 1.8 kilómetros (equivalente a una milla escocesa) de la Royal Mile (Milla Real), partiendo desde Castle Esplanade (un espacio al aire libre ubicado al pie del castillo donde en la antigüedad, se realizaba la quema de aquellos acusados de brujería) hasta llegar al palacio de Holyroodhouse, residencia oficial en Escocia del ahora rey Carlos III de Inglaterra. Es una caminata que, sin importar la lluvia o el frío, les alegrará el día con sus pintorescos establecimientos comerciales de diversos estilos arquitectónicos, sus callejones y patios.
Otra de mis paradas obligatorias en este viaje fue Glasgow y aunque mi estadía en la mayor ciudad de Escocia fue corta, alcancé a apreciar su arquitectura victoriana y a sentir su buena vibra. Esta urbe portuaria sobre el río Clyde, situada hacia el oeste de la capital, fue antiguamente un royal burgh (ciudad real) y la segunda ciudad del imperio británico.
Actualmente, es el centro cultural del país donde encontrarán la ópera, el teatro y el ballet de Escocia, para los amantes de la puesta en escena, así como algunas calles famosas por sus comercios, siendo la principal, Buchanan Street (sí, como el nombre del whisky).
Años más tarde volví a Escocia. Estaba emocionada, no solo porque iba a ver a mi esposo, quien pasaba la mayor parte de la semana trabajando en Edimburgo, sino porque desde hacía años quería conocer más de este país que me había cautivado tiempo atrás.
Esa misma noche, fuimos a cenar a The Witchery by the Castle (Brujería al pie del castillo), un restaurante de estilo barroco, verdaderamente único, ubicado a unas cuantas cuadras del castillo de Edimburgo hacia donde decidimos llegar a pie, ya que se encontraba a pocos pasos de nuestro hotel.
El corto recorrido fue tomando rápidamente un aspecto fantasmagórico a medida que nos íbamos acercando al restaurante. La luz de los faroles callejeros se ahogaba en la neblina que bajaba perezosamente por las calles. El frío imperaba y el zapateo de los transeúntes hacía eco en las callejuelas empedradas. Era como si las almas de aquellos ahorcados y quemados siglos antes tras ser acusados de practicar brujería, dominaran los alrededores del lugar. Sentir este ambiente tan ajeno a lo que crecí acostumbrada, fue extraño pero interesante a la vez…y ahora, reflexionando un poco sobre este recuerdo, concluyo que fue un gran acierto el nombre de aquel restaurante.
En esta ocasión, también salimos de la capital para conocer sus famosos lagos turquesa y montañas durmientes. Sin embargo, es difícil no toparte en la vía con uno que otro castillo y en nuestro caso, el primero fue el Castillo de Stirling, ubicado en la ciudad que lleva su mismo nombre, aproximadamente a una hora en carro al noroeste de Edimburgo.
Esta fortificación, catalogada como Monumento Nacional por su gran riqueza histórica, se encuentra igualmente clavada en la cima de una colina de origen volcánico y fue construida entre los siglos XIV y XVIII.
No solamente fue ahí donde tomó lugar la coronación de María, reina de los escoceses, sino también donde el caballero y héroe medieval, William Wallace, venció por primera vez al ejército inglés durante las Guerras de Independencia escocesas y donde, finalmente Robert I, rey de Escocia o mejor conocido como Robert the Bruce, logró la independencia del país.
Pero suficiente de historia. No se necesita hablar ni de su pasado ni de sus reconocidas destilerías como Talisker, Glenfiddich o Glenmorangie para apreciar la espectacular campiña de ese país repleto de asombrosos paisajes y gente alegre quienes, para sorpresa de muchos, son la verdadera antítesis de su característico clima hostil.
Seguimos nuestro recorrido rumbo al noroeste del país, esquivando lamentablemente Inverness, ciudad que luego escuché es, para muchos, la más linda de Escocia. Así que me arrepiento de no haber hecho el esfuerzo de haber subido hasta allá.
Lago Ness y castillo Eilean Donan: misteriosos y legendarios
Siguiente parada: lago Ness (Loch Nis en gaélico escocés). Este cuerpo de agua dulce es un lago glaciar a unos 40 minutos en carro al suroeste de Inverness, mundialmente conocido por la leyenda de Nessie, un gigantesco animal del que se dice habita en sus profundidades y del que supuestamente ha habido bastantes avistamientos. Sea cierta o no la leyenda, fue difícil no caer en la tentación de escanearlo con la mirada, solo por si acaso llegara a ser uno de los afortunados en ver a la afamada criatura cuyo misterio ha dado tanto que hablar a través de los siglos.
Antes de llegar a nuestro destino final, nos detuvimos a conocer uno de los castillos escoceses de mayor renombre internacional. Construido a principios del siglo XIII sobre un islote entre los lagos Duich y Alsh, al que se accede por un angosto puente de piedra, el castillo de Eilean Donan fue un fuerte utilizado por los celtas para defenderse de los vikingos y más recientemente ha sido nada menos que el escenario de películas como Highlander, Braveheart y Made of Honor.
Desde la distancia, lucía pequeño, lúgubre, abandonado y con una aura de misterio del que parecía no poder escapar. Me parece increíble que aún sea tan célebre pese a su inapreciable aspecto. Debo admitir que quedé un poco desilusionada. Imaginaba encontrarme con una fortaleza monumental, como los personajes inmortales que cobijaba en Highlander.
Isla de Skye: más cerca del cielo
Terminamos nuestro viaje en la isla de Skye, protagonista deThe Skye Boat Song, tema musical principal de la serie de Netflix, Outlander. Y así como la melodía de la canción, Skye eleva el espíritu y de alguna manera, nos acerca más al cielo.
No recuerdo cuánto tiempo nos tomó llegar desde Eilean Donan a esta silenciosa isla de unos escasos 9,300 habitantes, la más grande del archipiélago de las Hébridas en el Atlántico norte, pero diría que poco menos de un hora en carro hasta el arqueado puente de Skye Bridge, que la conecta con la costa de Escocia.
Cruzar esta hermosa obra de ingeniería es una experiencia mágica que emana paz y tranquilidad, pero sobre todo, libertad. Su medio kilómetro de longitud se alza como una gaviota volando plácidamente sobre las aguas del lago Alsh entre diversas tonalidades de azules y celestes.
Sin embargo, la belleza del paisaje natural que nos rodeó a medida que nos acercábamos a la isla, se fue desvaneciendo bajo una cortina de agua ya que al poner el pie en Portree, su localidad principal, comenzó a llover sin piedad. Nos detuvimos en lo que parecía una pequeña tienda de conveniencia a unos cuantos pasos de una gasolinera para comprar un paraguas, pero sin éxito alguno. Al entrar pregunté si vendían uno, el vendedor detrás del mostrador parecía extrañado con mi pregunta y con ceño fruncido me respondió en tono alterado: «¿Para qué necesitas un paraguas aquí?» Confundida por su reacción tan descortés, salí corriendo hacia el carro para no mojarme, lo que no logré.
Al entrar empapada, le conté a mi esposo, quien me esperaba al volante y mientras nos dirigíamos a buscar el hotel que habíamos reservado en Portree, comencé a echarle cabeza al comportamiento sin sentido del vendedor hasta llegar a la conclusión de que, quizás para los locales de Skye, acostumbrados a una lluvia acompañada de fuertes vientos, el uso de un paraguas que no hace más que voltearse, más que una ayuda, es una carga.
Así que si algún día tienen curiosidad de visitar esta isla ajena al calor y al sol picante, les aconsejo irse equipados con un gran impermeable y un buen par de Wellington Boots (botas de lluvia).
Pasear por Portree es como entrar en una casita de muñecas, con sus bajas edificaciones, pubs (bares) y boutiques, pintados de diversos colores que reposan a orillas de un diminuto puerto.
Explorar sus montañas escarpadas, lagos impolutos, penínsulas solitarias y visitar sus pintorescos pueblos pesqueros y castillos medievales de diversos clanes como el castillo de Dunvegan del clan MacLeod, es verdaderamente terapéutico para quienes vivimos en ciudades donde el ruido, el caos y el cemento están a la orden del día. Por eso, no es casualidad que a Skye la hayan acuñado con el nombre de, «la isla de las Hadas», ya que una vez se llega a este paraíso, no se quiere salir de él.
A ritmo lento y tranquilo, manejamos durante todo el día por vías angostas de una calzada que serpenteaban a través de la extensa y desnuda campiña de pastos bajos y escenarios de ensueño. Tan estrechos eran estos caminos asfaltados, que cada tanto, debíamos orillarnos en un passing place (lugar de paso) para cederle la vía al carro que venía en dirección contraria.
No solo esto nos llamó la atención, sino también la presencia de innumerables reses que acompañaron nuestro recorrido. Echadas plácidamente en el campo, como dueñas y señoras de su entorno, nos lanzaban miradas penetrantes bajo su voluminoso pelaje rojo, como queriéndonos decir: «¡Fuera de mi propiedad!».
Confieso que al principio, la soledad y silencio de esta singular isla fue un gran reto para mi inquieto temperamento. Me hacía sentir en un mundo paralelo donde no había cabida para el afán, sino para la contemplación y el descanso. Sin embargo, logré adaptarme rápidamente a su pausada y serena cadencia, algo que jamás imaginé que necesitaba a gritos. Así que sin proponérmelo, regresé renovada a Edimburgo.
Turnberry: whiskies y golf a la orden del día
Mi última visita a Escocia fue específicamente a Turnberry en South Ayrshire, al oeste del país. Un espectacular resort a orillas del mar, famoso por su centro de golf compuesto por tres campos tipo links y su Grand Tea & Lounge Bar, frecuentado por las más importantes personalidades de la política internacional como Bill Clinton y celebridades como Luciano Pavarotti, Rod Stewart y Jack Nicholson.
Por poco no lo incluyo. ¿Cómo poder olvidar este lugar que ha sido sede en varias ocasiones del British Open? Quizá porque soy una «viuda del golf». Sin embargo, para las que caen en mi categoría, no hay excusa para no visitarlo. Sus instalaciones son hermosas; su servicio, impecable; su gran variedad de whiskies, inigualable y sus vistas, acompañadas por un enorme faro que resalta en el firmamento, increíbles.
Además, hay muchas otras actividades recreativas que pueden realizar mientras sus parejas se deleitan jugando golf, como montar a caballo, practicar tiro al plato, tiro al arco, hacer stand up paddle (SUP), kayak, kitesurf o montar en bici por los alrededores de este exclusivo rincón alejado del mundanal ruido.
Aún me quedan algunos lugares de Escocia por conocer y espero hacerlo pronto. Es un país que tiene mucho que ofrecer y al que definitivamente volveré junto a mis hijas en un futuro muy cercano.
Foto de portada (hombre con falda típica escocesa llamada kilt): Sharon Ang, Pixabay
Wow que belleza de Articulo , me transporto completamente , felicitaciones Vane por tu manera de transmitirnos esa experiencia tan especial que tuviste en ese lugar, tanto que invitas a que uno lo visite, te admiro tanto por ese gran don que desarrollas cada dia mas .
Gracias por tomarte el tiempo de leerlo y enviarme tu feedback. ¡Me alegro mucho que lo hayas disfrutado!
Vane! espectacular, me encanto todo el recorrido! Felicitaciones por tu articulo
¡Hola María Claudia! Muchas gracias. Es bellísimo. ¿Has ido? Muchos saludos, Vane
Muy buen articulo uno conoce nada de este pais y ahora si provoca viajar con tu escrito 👏
Sí Reni, ¡es hermosísimo! Vale la pena conocerlo. Me alegro que hayas disfrutado el artículo. V
Vane me transporté a Escocia contigo, que delicia haberlo recorrido y disfrutado contigo. Cuando vuelvas con tus hijas no dejes de contarnos la experiencia para disfrutarla contigo.
Me alegro que te haya gustado Bibi. ¡Sería súper hacer el viaje juntas! V
Vane ¡me encantó!! Definitivamente tu poder de descripción es maravilloso mientras leía el articulo disfruté Escocia casi que en vivo. Te felicito.