La primera vez que estuve en Turquía fui con mi esposo y me encantó tanto que prometí volver. Después de 22 años, por fin pude cumplir aquella promesa y esta vez regresé en compañía de tres amigas, convirtiendo así un sueño postergado, en una aventura compartida llena de risas y recuerdos inolvidables.
Ubicado en Europa y Asia, este país bicontinental es una amalgama misteriosa y mágica que toca el corazón y maravilla los sentidos de quienes lo visitan con su impresionante bagaje histórico y cultural, donde han coexistido durante siglos musulmanes, judíos y cristianos.
Donde Europa y Asia se encuentran
Tras un extenso vuelo, aterrizamos en Estambul bajo un cálido clima otoñal que mandó mi chaqueta de regreso al carry-on. Había mucho por ver en la antigua Constantinopla y principal ciudad de Turquía, así que al día siguiente, decidimos comenzar nuestro recorrido visitando tres impresionantes monumentos históricos que son un must en esta metrópoli de unos 16 millones de habitantes.
1.Mezquita Azul o mezquita del Sultán Ahmed (Sultanahmet Camii): Con seis minaretes, esta colosal edificación guarda en su interior espectaculares diseños de azulejos de Iznik. Pero atención chicas, porque para poder entrar, debemos descalzarnos y cubrirnos el pelo completamente como lo exige la tradición musulmana.
2.Mezquita Santa Sofía (Hagia Sophia): De arquitectura bizantina, la Hagia Sophia fue basílica por más de 900 años antes de convertirse en mezquita durante unos 150 años y luego, en museo. Sin embargo, hace unos años fue convertida nuevamente en mezquita.
3.Palacio de Topkapi: Sus hermosos jardines interiores refrescan las grandiosas estructuras que conforman la que fue la residencia oficial de los sultanes y el centro político y administrativo del antiguo imperio otomano.
Hoy, el palacio es un inigualable tesoro histórico donde también podemos encontrar piezas sagradas de diversos personajes religiosos, como la mano de San Juan Bautista, la vara de Moisés, el turbante de San José y el cabello de la barba del profeta Mahoma.
Al salir del palacio caminamos a lo largo de tiendas, restaurantes y quioscos de castañas, frutas y vegetales que perfumaban las calles y abrían el apetito, así que hicimos una pausa para almorzar antes de explorar el mercado de las especias.
Estaba feliz de volver a este dinámico y colorido rincón de Estambul, porque en mi primera visita no tuve la oportunidad de gozarlo. En cambio, en esta ocasión, pude apreciar detenidamente sus arcos de azulejos turquesa que bajo el hechizo de sus aromas a menta, canela, comino y azafrán, hipnotizan a cualquiera que lo visite.
Asimismo, caímos bajo el encanto de sus delicias turcas o lokum, así como de los exquisitos turrones, almendras, frutos secos, variedades de té y aceites comprados en la Tienda de Jordi, uno de los tantos locales de comidas y especias del lugar.
La mañana siguiente nos despertó con cielo despejado y buen viento. Estábamos listas para navegar el afamado Bósforo desde el lado europeo hasta el apacible palacio Beylerbeyi, antigua residencia de verano de los sultanes ubicado en el lado asiático de Estambul.
Este angosto cuerpo de agua que divide la ciudad entre Europa y Asia y que a su vez, une los mares Negro y Mármara, nos presentó otra perspectiva del polifacético Estambul, con sus imponentes palacios, villas otomanas y mezquitas, pero también con el barullo propio de una metrópoli contemporánea, repleta de espectaculares hoteles que miran hacia el Bósforo, restaurantes de alta cocina para todos los paladares y diversidad de comercios.
Al terminar el tour acuático, terminamos el día con broche de oro, regresando hacia la parte europea en coche para dirigirnos al Gran Bazar. Cerca de 60 calles y 4,000 puestos de venta conforman este micro mundo que atrapa a quien se atreva a entrar por uno de sus 22 accesos. Es tan grande y recovecudo, que es imperativo poner el sentido de la orientación en alerta, aunque en nuestro caso nos mantuvimos cerca de la entrada de Nuruosmaniye, deleitándonos con la vasta gama de pashminas, juegos de té, cucharas, cafeteras y cuencos Iznik.
Fueron dos días emocionantes e interminables, pero insuficientes para abarcar todo lo que ofrece esta magnética ciudad. Lo que nos reconfortaba era que aún teníamos dos días más bajo la manga al culminar nuestro recorrido por Turquía.
Tierra de reinos
Se podría decir que Turquía siempre fue una tierra de reinos. Su poderoso imperio otomano alcanzó a conquistar en 600 años, territorios como los Balcanes, el Medio Oriente, partes de Arabia y la costa norte de África. Sin embargo, otras dinastías y civilizaciones además de la griega y la romana habitaron esta región antes de su llegada. Los vestigios que se esparcen a lo largo de Turquía asiática, llamada también Asia Menor o Anatolia, son testimonio de ellas.
Comenzamos este tramo del viaje aterrizando en Esmirna y de ahí en carro hacia Éfeso, ciudad del antiguo imperio griego ubicada a orillas del mar Egeo, la cual ya conocía. Bajo un sol infernal, logramos caminar unas tres horas entre las ruinas de sus baños romanos, ágora, templo de Adriano, biblioteca de Celso y gran teatro, que nos mostraron el estilo de vida de sus cerca de 250,000 habitantes, así como el importante papel que jugó como centro comercial, cultural y religioso.
Con una temperatura más amable nos recibió la última morada de la Virgen María tras huir de Jerusalén junto al apóstol San Juan. Hoy, millones de personas al año suben la colina cobijada por bosques para visitar la pequeña capilla bizantina que se encuentra en el lugar y dejar sus peticiones a la Virgen en un muro de piedra.
Luego de que mis amigas dejaran las suyas y de beber agua bendita de su fuente, proseguimos hacia Kusadasi, un reconocido balneario al pie del mar Egeo y destino turístico de muchas cadenas internacionales de cruceros. Lo recordaba tal cual como lo encontré en esta oportunidad: pequeño, con hermosas vistas hacia el horizonte y ambiente distendido.
Vale la pena mencionar que en la vía, disfrutamos de un delicioso almuerzo típico de la región en un restaurante junto a la carretera, así como del shopping que hicimos en Selçuk donde visitamos una fábrica de chaquetas de cuero de cordero afamadas por su calidad y suavidad.
Por fin llegamos al hotel de Kusadasi. Estaba extenuada con tanta actividad. Habíamos madrugado para tomar el vuelo y desde entonces no habíamos parado. Mis sentidos no daban para absorber más información. Me sentía mareada, así que mientras mis amigas se fueron a caminar un poco por la avenida frente al mar, me fui a dormir. Necesitaba horas de sueño para poder recuperarme ya que el viaje apenas comenzaba.
Aguas imperiales
Nuestro próximo destino fue Pamukkale donde nos aguardaban la antigua ciudad romana de Hierápolis, construida en la época helenística durante el siglo II a.C.y el Castillo de Algodón, una de las aguas termales más famosas del mundo no solo por sus propiedades curativas sino también, por la formación de sus terrazas de piedra caliza llamadas «travertinos», las cuales simulan grandes capas de nieve que bajan por la montaña.
Sentarse al borde de las escalinatas de este fenómeno natural es una experiencia mágica. Su belleza es tan impresionante que ningún video o fotografía lograría hacerle justicia.
Sucumbido ante la furia de varios terremotos y la toma del poderoso imperio romano en el siglo 133 d.C., el Hierápolis que conocimos es el resultado de varios renacimientos. En la actualidad comprende un gigantesco complejo de restos arqueológicos que cuentan la historia de un glorioso pasado romano a donde sus nobles llegaban cada verano a deleitarse en sus mágicas aguas.
Las distancias son grandes y recorrerla a pie nos hubiera tomado todo el día. Así que a la entrada del lugar tomamos unos carros de golf para conocerla. Nuevamente, el sol estaba en su clímax y las enormes estructuras parecían estar a su merced, como su monumental teatro, el cual ha desafiado valientemente el paso del tiempo.
La Costa Azul de Turquía
Salimos para la denominada Riviera Turca, más puntualmente hacia Antalya. Para llegar, pasamos por los Montes Tauro, una cadena montañosa bastante rocosa y seca, antes de parar a estirar las piernas y comer algo en el camino.
Luego del eterno viaje por tierra, llegamos a nuestro destino y pese al cansancio, decidimos cenar ante el deslumbrante retrato natural de la singular luna turca desbordando su brillante luz sobre el mar Mediterráneo y sus diversas embarcaciones ubicadas a lo largo de la costa.
Al día siguiente, visitamos las cascadas Düden, un salto de agua de 30 metros de altura que desemboca triunfantemente en el mar. Pero lo más fascinante de esta maravilla de la naturaleza es que prácticamente podíamos tocar sus aguas, ya que nos encontrábamos en un parque urbano por el que cruza su caudal antes de llegar al mar.
Continuamos hacia Aspendos, único teatro 100 por ciento romano con capacidad para 12,000 personas. Esta antigua construcción me encantó no solo por lo conservado que está después de 2,000 años de haber sido construido, sino por su arquitectura y funcionalidad. En su escenario aún se realizan festivales de ópera y ballet con artistas de talla mundial.
Pasado el mediodía almorzamos en la ciudad vieja (Kaleiçi) de Antalya para luego caminar por sus callejuelas empedradas llenas de almacenes, cafés y restaurantes rebosantes de productos artesanales donde compré un vestido de seda. Cenamos en el hotel y nos fuimos a dormir temprano, ya que debíamos madrugar para tomar el vuelo a Capadocia, un lugar que desde hacía tiempo quería conocer.
El mundo mágico de las hadas
La región de Capadocia nos transportó a un mundo fuera de este mundo. Al aterrizar en Kayseri, empezamos nuestro camino por los impresionantes valles de chimeneas de hadas, un sinfín de estructuras rocosas compuestas por una capa gruesa de ceniza volcánica endurecida de hasta 40 metros de altura llamada toba, que con el viento y el agua fueron adquiriendo el aspecto de chimeneas.
Pero eso no fue lo que más nos sorprendió. Dentro de estas peculiares formaciones se encuentran cientos de ciudades conectadas por túneles subterráneos construidas por los primeros cristianos para refugiarse de la persecución romana. Entre ellas, Derinkuyu, una de las más conocidas de las 50 visitables hoy día.
Nuestro recorrido comenzó con el Valle de la Rosa (Güllüdere Vadisi) un paisaje verdaderamente único que solo puede apreciarse en cada salida y puesta del sol, cuando sus tenues rayos de luz transforman el color original del lugar en un rosa vieja.
Las próximas paradas fueron el hermoso pueblo de Çavuşin compuesto por cientos de casas cueva e iglesias, hoy deshabitadas y luego, pero el Valle del Amor, con sus singulares estructuras fálicas, formadas naturalmente por la erosión.
Caída la tarde, llegamos al hotel pensando que no podían haber chimeneas de hadas más interesantes y hermosas que las que habíamos visto en el día, pero cuando llegamos al hotel, el resto quedó en un segundo plano. La belleza de nuestro hotel era inconmensurable. Quedaba incrustado en una montaña de piedra desde donde tímidamente se asomaban pequeñas ventanas como si no quisieran que supiéramos que estaban ahí. ¡Una vista fuera de serie!
Su bar se encontraba en una terraza rocosa al aire libre, ofreciendo una panorámica alucinante hacia las moradas trogloditas y casas griegas de la vecina localidad de Ürgüp. Pero más alucinante aún fue alojarnos en sus habitaciones las cuales se encontraban dentro de las chimeneas de hadas. Sentí que había viajado al pasado y mientras observaba con detalle las paredes de cemento y caliza desde mi cama, recreé mentalmente cómo en ese mismo espacio habrían vivido sus antiguos pobladores. Me imaginaba al padre entrando por la pequeña puerta al atardecer, luego de un día de trabajo; a su pareja cocinando junto a la ventana desde temprano con sus utensilios de palo y barro; a los niños jugando en el suelo y a todos en familia narrando cuentos en las noches a la luz de las velas.
El alba nos deparaba la experiencia más electrizante del viaje: el paseo en globo sobre Capadocia. ¡Uffff! Es difícil ponerlo en palabras. Solo sé que la paz que sentí al despegar junto a unos 100 globos que flotaban sobre las chimeneas de hadas con el despertar del sol mientras los locales aún dormían, fue algo sublime. Era como si ese amanecer solo nos perteneciera a nosotros, los que estábamos más cerca del cielo. En definitiva, es una experiencia que se debe vivir al menos una vez en la vida.
Ya en tierra y aún con la emoción a flor de piel, nos fuimos hacia el Museo al Aire Libre de Göreme, donde visitamos un gran conjunto de viviendas, iglesias y capillas rupestres construidos en las rocas de toba por los monjes ortodoxos de los siglos IV, X y XI. La maestría de sus construcciones es destacable. Sin embargo, lo más sorprendente de ellas es la conservación de sus frescos, altares y comedores. ¡Es realmente asombroso que después de tanto tiempo sigan tan visibles!
Continuamos el día almorzando en la ciudad de Avanos, antes de concluir nuestra travesía por Turquía asiática en un taller de alfombras turcas, afamadas por sus hermosos diseños clásicos, modernos, vintage y en retazos (patchwork), en fibras naturales como el algodón, lana o seda, así como por su calidad artesanal. Cada una de ellas es tejida a mano por mujeres locales, una tradición milenaria fascinante de ver donde anudan cada pieza con gran pericia, paciencia y concentración frente a su telar. De hecho, algunas de las alfombras pueden tomar hasta más de un año en ser elaboradas. Una tras otra fue puesta a nuestros pies intentando tentar nuestros bolsillos hasta lograr que alguno cayera. No fue mi caso, pero así no tengan en mente comprar una alfombra turca, esta parada es un must para quien visite el país.
Back in Istanbul!
Terminado el tour volvimos a Estambul, deseando conocer más de la ciudad. Así que nos fuimos a caminar por una de las calles que nunca supe si desembocaba o arrancaba en la plaza Taksim. Era martes y, para mi sorpresa, al filo de la medianoche estaba a reventar con masas de gente que la recorrían de un lado a otro, haciendo paradas en sus establecimientos comerciales, restaurantes, confiterías y cafés que se mantenían tan activos como en el día.
A la mañana siguiente, el turno fue para el Cuerno de Oro y nuevamente el Gran Bazar para unas compras de última hora. Se acercaba el fin de nuestras vacaciones. Estábamos extenuadas pero dichosas con todo lo vivido en estos 10 días. Solo nos faltaba comer un döner (shawarma o gyro) y sentarnos a disfrutar de la buena vibra diurna de la ciudad y así lo hicimos, cerrando con éxito este viaje de ensueño.